sábado, 21 de octubre de 2017

Comentarios lectura domingo y oración

LOS POBRES SON DE DIOS
Mt 22, 15-21
A espaldas de Jesús, los fariseos llegan a un acuerdo para prepararle una trampa decisiva No vienen ellos mismos a encontrarse con él. Le envían a unos discípulos acompañados por unos partidarios de Herodes Antipas. Tal vez no faltan entre ellos algunos poderosos recaudadores de los tributos para Roma.
La trampa está bien pensada: «¿Estamos obligados a pagar tributo al César o no?». Si responde negativamente le podrán acusar de rebelión contra Roma. Si legitima el pago de tributos quedará desprestigiado ante aquellos pobres campesinos que viven oprimidos por los impuestos, y a los que él ama y defiende con todas sus fuerzas.
La respuesta de Jesús ha sido resumida de manera lapidaria a lo largo de los siglos en estos términos: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Pocas palabras de Jesús habrán sido tan citadas como estas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada y manipulada desde intereses muy ajenos al Profeta defensor de los pobres.
Jesús no está pensando en Dios y en el César de Roma como dos poderes que pueden exigir cada uno de ellos, en su propio campo, sus derechos a sus súbditos. Como todo judío fiel, Jesús sabe que a Dios «le pertenece la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes» (Salmo 24). ¿Qué puede ser del César que no sea de Dios? ¿Acaso no son hijos de Dios los súbditos del emperador?
Jesús no se detiene en las diferentes posiciones que enfrentan en aquella sociedad a herodianos, saduceos o fariseos sobre los tributos a Roma y su significado: si llevan la «moneda del tributo» en sus bolsas que cumplan sus obligaciones. Pero él no vive al servicio del Imperio de Roma, sino abriendo caminos al reino de Dios y su justicia.
Por eso les recuerda algo que nadie le ha preguntado: «Dad a Dios lo que es de Dios». Es decir, no deis a ningún César lo que solo es de Dios: la vida de sus hijos. Como ha repetido tantas veces a sus seguidores, los pobres son de Dios, los pequeños son sus predilectos, el reino de Dios les pertenece. Nadie ha de abusar de ellos.
No se ha de sacrificar la vida, la dignidad o la felicidad de las personas a ningún poder. Y, sin duda, ningún poder sacrifica hoy más vidas y causa más sufrimiento, hambre y destrucción que esa «dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano» que, según el papa Francisco, han logrado imponer los poderosos de la tierra. No podemos permanecer pasivos e indiferentes acallando la voz de nuestra conciencia con las prácticas religiosas.
 
José Antonio Pagola

A DIOS LO QUE ES DE DIOS

Dos posturas ante el tributo al César
Seguimos en la explanada del templo de Jerusalén, en medio de los enfrentamientos de diversos grupos con Jesús. Esta vez, fariseos y herodianos lo van a poner en un serio compromiso preguntándole sobre la licitud del tributo al emperador romano. Por entonces, además de los impuestos que se pagaban a través de peajes, aduanas, tasas de sucesión y de ventas, los judíos debían pagar el tributo al César, que era la señal por excelencia de sometimiento a él.
Fariseos y herodianos no tenían dudas sobre este tema; ambos grupos eran partida­rios de pagarlo. Los fariseos, porque no querían con­flictos con los romanos mientras les permitieran observar sus prácticas religiosas. Los herodianos, porque mantenían buenas relaciones con Roma.       Como a nadie le gusta pagar, los rabinos discutían si se podía eludir el tributo. Y algunos adoptaban la postura pragmática que refleja el tratado Pesajim 112b: «... no trates de eludir el tributo, no sea que te descubran y te quiten todo lo que tienes». Sin embargo, otros judíos adoptaban una postura de oposición radical, basada en motivos religiosos. Dado que el pago del tributo era signo de sometimiento al César, algunos lo interpretaban como un pecado de idolatría, ya que se reconocía a un señor distinto de Dios. Este era el punto de vista de los sicarios, grupo que comienza con Judas el Galileo, cuando el censo de Quirino, a comienzos del siglo I de nuestra era. Al narrar los comienzos del movimiento cuenta Flavio Josefo: «Durante su mandato [de Coponio], un hombre galileo, llamado Judas, indujo a los campesinos a rebelarse, insultándolos si consentían pagar tributo a los romanos y toleraban, junto a Dios, señores morta­les» (Guerra de los Judíos II, 118). Más adelante repite afirmaciones muy pareci­das: «Judas, llamado el galileo..., en tiempos de Quirino había atacado a los judíos por someterse a los romanos al mismo tiempo que a Dios» (Guerra de los Judíos II, 433).
La trampa de la pregunta
Con este presupuesto, se advierte que la pregunta que le hacen a Jesús sobre si es lícito pagar el tributo podía compro­meterlo gravemente ante las autoridades romanas (si decía que no), o ante los sectores más progresistas y politizados del país (si decía que sí). Además, la pregunta es especialmente insidiosa, porque no se mueve a nivel de hechos, sino a nivel principios, de licitud o ilicitud.
La respuesta de Jesús
Jesús, que advierte enseguida la mala intención, ataca desde el comienzo: «¿Por qué me tentáis, hipócritas?» Pide la moneda del tributo, devuelve la pregunta y saca la conclusión. Jesús, como sus contemporáneos, acepta que el ámbito de dominio de un rey es aquel en el que vale su moneda. Si en Judá se usa el denario, con la imagen del César, significa que quien manda allí es el César, y hay que darle lo que es suyo.
Estas palabras de Jesús, tan breves, han sido de enorme trascen­dencia al elaborar la teoría de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Y se han prestado también a inter­pretaciones muy distin­tas.
Las cosas de Dios
Si analizamos el texto, las palabras: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», no constituyen una evasiva, como algunos piensan. Van al núcleo del problema. Los fariseos y herodianos han preguntado si es lícito pagar tributo desde un punto de vista religioso, si ofende a Dios el que se pague. La respuesta contundente de Jesús es que a Dios le interesan otras cosas más importantes, y ésas no se las quieren dar. Teniendo presente el conjunto del evangelio, «las cosas de Dios», lo que le interesa, es que se escuche a Jesús, su enviado, que se acepte el mensaje del Reino, que se adopte una actitud de conversión, que se ponga término al raquitismo espiritual y religioso, que se sepa acoger a los débiles, a los menesterosos, a los marginados. Eso no interesa ni preocupa a fariseos y herodianos, pero es la cuestión principal. Si el evangelio no fuese tan escueto, podría haber parafraseado la respuesta de Jesús de esta manera: ¿Es lícito poner el sábado por encima del hombre? ¿Es lícito cargar fardos pesados sobre las espaldas de los hombres y no empujar ni con un dedo? ¿Es lícito llamar la atención de la gente para que os hagan reverencias y os llamen maestros? ¿Es lícito impedir a la gente el acceso al Reino de Dios? ¿Es lícito hacer estúpidas disquisiciones sobre los votos y juramentos? ¿Es lícito dejar morir de hambre al padre o a la madre por cumplir un voto? ¿Es lícito pagar los diezmos de la menta y del comino, y olvidar la honradez, la compasión y la sinceridad? En todo esto es donde están en juego «las cosas de Dios», no en el pago del tributo al César.
Naturalmente, la comunidad cristiana pudo sacar de aquí conse­cuencias prácticas. Frente a la postura intransigente de los sicarios, defender que no era pecado pagar tributo al César. Y, con una perspectiva más amplia, fundamentar una teoría sobre la conviven­cia del cristiano en la sociedad civil, sin necesidad de buscar por todas partes enfrentamientos inútiles. Siempre, incluso en las peores circunstancias políticas, nadie podrá arrebatarle a la iglesia y al cristiano la posibilidad de dar a Dios lo que es de Dios.
El emperador no siempre es enemigo (1ª lectura)
En Israel, desde los primeros siglos, hubo gente fanática y enemiga de conceder el poder político a un hombre mortal. El único rey debía ser Dios, aunque no quedaba claro cómo ejercía en la práctica esa realeza. Otros grupos, sin negarle la autoridad suprema a Dios, aceptaban el gobierno de un rey humano. Pero siempre debía tratarse de un israelita, no de un extranjero. La novedad del texto de Isaías, una auténtica revolución teológica para la época, es que Dios, aunque afirma su suprema autoridad («Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios»), él mismo escoge al rey persa Ciro, lo lleva de la mano, le pone la insignia y le concede la victoria. Porque Ciro, al cabo de pocos años, será quien conquiste Babilonia y libere a los judíos, permitiéndoles volver a su tierra.
Este proceso de esclavitud –liberación– vuelta a la tierra recuerda al ocurrido siglos antes, cuando el pueblo salió de Egipto. La gran novedad, escandalosa para muchos judíos, es que ahora el salvador humano no es un nuevo Moisés sino un emperador pagano.
El texto ha sido elegido para confirmar con un ejemplo histórico que se puede respetar al emperador, pagar tributo, sin por ello ofender a Dios.
 
José Luis Sucre

DISCÍPULOS Y CIUDADANOS

Hermanos, no se puede servir a dos señores, no hay alternativa posible: o hacemos el juego a la sociedad que detenta el dinero y el poder, o nos ponemos al servicio de la causa de Dios y de su proyecto. Oremos.
Jesús queremos ser discípulos y ciudadanos.
• Que la Iglesia nos recuerde que la fe cristiana y la santidad no son un ideal privado que uno persigue para sí mismo, sin incidencia en el contexto social.
Jesús queremos ser discípulos y ciudadanos.
• Que todos nosotros seamos conscientes que la vida social, económica y política no discurre al margen del Evangelio, nuestra fe nos lanza a ser fermento de una sociedad distinta.
Jesús queremos ser discípulos y ciudadanos.
• Que escuchemos siempre la Palabra de Dios por encima de cualquier otro interés y que no arrinconemos a Dios únicamente a nuestra esfera de lo privado.
Jesús queremos ser discípulos y ciudadanos.
• Que en nuestras parroquias y comunidades religiosas resuene el Evangelio como Buena Noticia para todos y en especial para los más desfavorecidos.
Jesús queremos ser discípulos y ciudadanos.
• Que todos los niños y jóvenes que estos días están iniciando procesos de formación en nuestras parroquias encuentren un espacio donde se sientan acogidos, comprendidos y valorados.
Jesús queremos ser discípulos y ciudadanos.
Padre bueno, concédenos a todos la gracia de llevar una vida alegre como discípulos tuyos y como ciudadanos comprometidos en la construcción de una sociedad más a tu estilo, con tus valores. Te damos las gracias por mediación de tu Hijo Jesús.
 
Vicky Irigaray
 
 
 


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